La búsqueda de cuantas circunstancias propicien la dignidad de cada ciudadano, en la que intervienen la solidaridad, el respeto, y la lucha por la consecución del bien común, va a suponer en nuestro criterio, uno de los avances sociales más significativos en la historia de la convivencia social, haciéndola más justa e igualitaria, en la que se alimenta la equidad de oportunidades, la empatía entre los individuos, la lucha por su progreso, la comunidad de afectos, y el cultivo del perdón, como fruto de nuestra imperfección, aspectos que componen el armazón de una doctrina, que siempre la escuché desde muy niño, cuando acompañaba a mi padre en las visitas que realizaba a su amigo, mayor en edad que él, pero que su saber estar, le permitía ejercer como referente, en tiempos de postguerra.

Se trataba de una persona especialmente prudente, que mascaba las palabras, como si se pidieran permiso las unas a las otras; utilizaba mucho los intervalos y los tempos de cada mensaje, y desde su enorme generosidad, teniendo en cuenta de forma permanente el bienestar del ciudadano, aconsejaba en todos los campos de la convivencia, siempre de manera sabia, responsable y cercana, de tal forma que, contaba con el respeto de todos, mayores y pequeños, de color blanco, amarillo… altos y bajos. A mí me encantaba escucharle; siempre que podía acompañaba a mi padre en sus encuentros, era mi padre, el presidente de la Hermandad de Labradores y Ganaderos, y como también luchaba por el equilibrio y la justicia, buscaba su opinión con cierta frecuencia, aunque siempre, después del tema especifico del encuentro, estando la guerra civil cercana, y viviendo sus secuelas, especialmente de hambre, desorientación, miedo, mucho miedo, y desconcierto; este tema siempre servía de colofón, porque siempre había algún asunto pendiente, en un pueblo pequeño, donde las sensibilidades han sido distintas, y las secuelas de un fraternal enfrentamiento eran inagotables, aunque jamás, ocurrió nada, que no fuera algún desencuentro verbal, pero siempre comedido, por el temor a la autoridad.

Después de tanto atropello, violencia y muertes, en tiempos de la guerra, hecho que supuso la culminación de algún enfrentamiento previo a la misma, la vida no era fácil ni sencilla, primero por la escasez de alimentos y de todo, y después, por las dificultades en el terreno de la convivencia, las secuelas de las desgracias estaban recientes, se conocían los movimientos, incluso los sentimientos de todos, cada uno sabia como pensaba el otro en el campo del pensamiento político, por lo que las tensiones estaban presentes en cualquier decisión que se tomara, a nivel municipal, siendo siempre el amigo de mi padre, el que intervenía, desde el respeto a todos, y cuyas orientaciones o decisiones eran aceptadas. A su autoridad, se sumaban en ocasiones, la correspondiente al sacerdote, y a la guardia civil, por el temor a sus represalias, porque a veces, más que propiciar cercanía, avivaban rencores, y sentimientos de dolor o de rabia, pero que todo con el tiempo se superaba, y la lucha, los esfuerzos, y las energías de todos, iban siempre encaminadas, hacia el logro de una mayor justicia social, amparada y protegida por el sentimiento de solidaridad, que cada día contaba con más fuerza.

Este sentimiento, el de la solidaridad, cristalizado al final como Seguridad Social, nació del ideario de  Bismarck, primer canciller del imperio Alemán, siglo XIX , al final de la era industrial,  con el antecedente, de que ya en los distintos gremios, se crearon cajas de resistencia para: huelgas, accidentes laborales, enfermedades, incapacidades laborales… siendo Dato, en el periodo de la restauración, como presidente de gobierno de España, a principios del siglo veinte, el que introdujo las ideas de una Seguridad Social, dirigida especialmente para el amparo de los desprotegidos.

El avance desde ese periodo embrionario de nuestra solidaridad social, se ha desarrollado en el tiempo, con la inclusión de un enorme abanico de protecciones, que propician el que cada persona, pueda mediante ayudas sociales, alcanzar aquello que su inteligencia y esfuerzo personal le permitan, amén de la prevención de sus enfermedades y el tratamiento y rehabilitación de las mismas, si lo requieren.

Es un bien que no se puede discutir, cuestionar o denostar, pero más  bien, requiere apoyo para su desarrollo permanente, amparando a cualquier individuo que presente alguna necesidad como ser social, o a cualquier circunstancia, que incida en un deterioro de este, sea quien sea, venga de donde venga… De tal forma que les permita, desde el respeto a las normas sociales vigentes, la posibilidad de observar el mayor grado de dignidad, así como de participar en el lugar donde se les requiera, como individuos de pleno derecho.

Fuente: Dr. Baltasar Rodero, Psiquiatra, Santander 2025